Aprender con las mujeres: autoras y personajes femeninos en la Literatura Contemporánea
1. La Ilustración: el programa emancipador.
1.1. Las pioneras de la emancipación.
"(...) No contentos los hombres con haberse reservado, los empleos, las honras, las utilidades, en una palabra, todo lo que pueden animar su aplicación y desvelo, han despojado a las mugeres hasta de la complacencia que resulta de tener un entendimiento ilustrado. Nacen, y se crían en la ignorancia absoluta: aquéllos las desprecian por esta causa, ellas llegan a persuadirse que no son capaces de otra cosa y como si tubieran el talento en las manos, no cultivan otras habilidades que las que pueden desempeñar con estas. ¡Tánto arrastra la opinión en todas materias! Si como ésta da el principal valor en todas las mugeres a la hermosura, y el donaire, le diese a la discreción, presto las veríamos tan solícitas por adquirirla, como ahora lo están por parecer hermosas, y amables. Rectifiquen los hombres primero su estimación, es decir, aprecien las prendas, que lo merecen verdaderamente, y no duden que se reformarán los vicios de que se quexan. Entretanto no se haga causa a las mugeres, que sólo cuidan de adornar el cuerpo, porque ven que éste es el idolillo, a que ellos dedican sus inciensos.
¿Pero cómo se ha de esperar una mutación tan necesaria, si los mismos hombres tratan con tanta desigualdad a las mugeres? En una parte del mundo son esclavas, en la otra dependientes.
(...) Si los hombres acreditan su capacidad por las obras que hacen, y los raciocinios que forman, siempre que haya mugeres, que hagan otro tanto, no será temeridad igualarlos, deduciendo que unos mismos efectos suponen causas conformes. Si los exemplos no son tan numerosos en éstas, como en aquellos, es claro que consiste en ser menos las que estudian, y menos las ocasiones, que los hombres las permiten de probar sus talentos.
Ninguno que esté medianamente instruido, negará que en todos tiempos, y en todos países, ha habido mugeres que han hecho progresos hasta en las ciencias más abstractas. Su historia literaria puede acompañar siempre a la de los hombres, porque quando éstos han florecido en las letras, han tenido compañeras, e imitadoras en el otro sexo. (...)
Por fin, el tiempo, y la necesidad las había acostumbrado, a la esclavitud que sufren en una parte del mundo, y a la dependencia a que se sujetan en la otra restante. Las primeras parecen conformes, con que se las despoje del uso de su razón, y las segundas con gozar de ella, aunque desterradas del premio y de la recompensa. La magestad del Cetro, la gravedad de la Toga, y los trofeos Militares, se han ido haciendo unos obgetos, que se presentaban a la vista de las mugeres, como para admirarlos, mas no para pretenderlos, porque el curso de los siglos, había quitado la novedad, que las causaría al principio ver cerradas todas las puertas al honor, y al premio. Pero no por eso se han de mostrar insensibles a todos los desaires que quieran hacerlas. Ninguno mayor, que el nuevo santuario o muro de división que se intenta formar en el día; más que santuario o muro de división es del que hablamos. Este es la Sociedad económica de Madrid la qual duda admitir mugeres en su ilustre Asamblea. ¿Por ventura los que se llaman amigos del país, podrán alexarlas? ¿Son acaso algunas espías esparcidas por el Reyno, que puedan dar noticia a los estraños de quanto se trabaje por su bien? ¿0 son tan misteriosos, e intrincados los asuntos que se tratan en las Sociedades económicas que no puedan entenderlos sino los hombres? Nada de esto hay, pero la importancia del asunto, es igual, pues no se trata de menos, que de igualar a las mugeres con los hombres, de darlas asiento en sus Juntas, y de conferir con ellas materias de gravedad, cosa que parece fuera de orden y aun disparatada.
Si éste es el motivo de la oposición, también debe serlo suficiente para que las mugeres defiendan su causa, porque el silencio en esta ocasión, confirmaría el concepto que de ellas se tiene, de que no se cuidan, ni se interesan en negocios serios. A esta razón, que comprende a todas en general, se agrega la particular para la que escribe este papel, de que ha mucho tiempo tuvo la honra de ser admitida en una de las principales Sociedades económicas de este Reyno, cuya distinción, por el grande aprecio que hace de ella, quisiera ver extenderse a otras muchas de su sexo, para que fuera igual en ambos el empeño de desvelarse en bien de la Patria. (...)".
Zaragoza, 7 de junio de 1786.
Autora: Josefa Amar y Borbón, "Discurso en defensa del talento de las mujeres, y de su aptitud para el gobierno, y otros cargos en que se emplean los hombres".
1.2. La libertad de escoger marido: ¿un consejo patriarcal?
Escena XII
DOÑA FRANCISCA, RITA, DOÑA IRENE, DON DIEGO
Salen DOÑA FRANCISCA y RITA de su cuarto.
RITA.- Señora.
DOÑA FRANCISCA.- ¿Me llamaba usted?
DOÑA IRENE.- Sí, hija; porque el señor Don Diego nos trata de un modo
que ya no se puede aguantar. ¿Qué amores tienes, niña? ¿A quién has dado
palabra de matrimonio? ¿Qué enredos son éstos?... Y tú, picarona... Pues tú
también lo has de saber... Por fuerza lo sabes... ¿Quién ha escrito este
papel? ¿Qué dice? (Presentando el papel abierto a DOÑA FRANCISCA.)
RITA (Aparte a DOÑA FRANCISCA.).- Su letra es.
DOÑA FRANCISCA.- ¡Qué maldad!... Señor Don Diego, ¿así cumple usted su
palabra?
DON DIEGO.- Bien sabe Dios que no tengo la culpa... Venga usted aquí.
(Tomando de una mano a DOÑA FRANCISCA, la pone a su lado.) No hay que
temer... Y usted, señora, escuche y calle, y no me ponga en términos de
hacer un desatino... Deme usted ese papel... (Quitándole el papel.) Paquita,
ya se acuerda usted de las tres palmadas de esta noche.
DOÑA FRANCISCA.- Mientras viva me acordaré.
DON DIEGO.- Pues éste es el papel que tiraron a la ventana... No hay
que asustarse, ya lo he dicho. (Lee.) «Bien mío: si no consigo hablar con
usted, haré lo posible para que llegue a sus manos esta carta. Apenas me
separé de usted, encontré en la posada al que yo llamaba mí enemigo, y al
verle no sé cómo no expiré de dolor. Me mandó que saliera inmediatamente de
la ciudad, y fue preciso obedecerle. Yo me llamo Don Carlos, no Don Félix.
Don Diego es mi tío. Viva usted dichosa, y olvide para siempre a su infeliz
amigo.- Carlos de Urbina.»
DOÑA IRENE.- ¿Conque hay eso?
DOÑA FRANCISCA.- ¡Triste de mí!
DOÑA IRENE.- ¿Conque es verdad lo que decía el señor, grandísima
picarona? Te has de acordar de mí. (Se encamina hacia DOÑA FRANCISCA, muy
colérica, y en ademán de querer maltratarla. RITA y DON DIEGO lo estorban.)
DOÑA FRANCISCA.- ¡Madre!... ¡Perdón!
DOÑA IRENE.- No, señor; que la he de matar.
DON DIEGO.- ¿Qué locura es ésta?
DOÑA IRENE.- He de matarla.
Escena XIII
DON CARLOS, DON DIEGO, DOÑA IRENE, DOÑA FRANCISCA, RITA
Sale DON CARLOS del cuarto precipitadamente; coge de un brazo a DOÑA
FRANCISCA, se la lleva hacia el fondo del teatro y se pone delante de ella
para defenderla. DOÑA IRENE se asusta y se retira.
DON CARLOS.- Eso no... Delante de mí nadie ha de ofenderla.
DOÑA FRANCISCA.- ¡Carlos!
DON CARLOS (A DON DIEGO.).- Disimule usted mi atrevimiento... He visto
que la insultaban y no me he sabido contener.
DOÑA IRENE.- ¿Qué es lo que me sucede, Dios mío? ¿Quién es usted?...
¿Qué acciones son éstas?... ¡Qué escándalo!
DON DIEGO.- Aquí no hay escándalos... Ése es de quien su hija de usted
está enamorada... Separarlos y matarlos viene a ser lo mismo... Carlos... No
importa... Abraza a tu mujer. (Se abrazan DON CARLOS y DOÑA FRANCISCA, y
después se arrodillan a los pies de DON DIEGO.)
DOÑA IRENE.- ¿Conque su sobrino de usted?...
DON DIEGO.- Sí, señora; mi sobrino, que con sus palmadas, y su música,
y su papel me ha dado la noche más terrible que he tenido en mi vida... ¿Qué
es esto, hijos míos; qué es esto?
DOÑA FRANCISCA.- ¿Conque usted nos perdona y nos hace felices?
DON DIEGO.- Sí, prendas de mi alma... Sí. (Los hace levantar con
expresión de ternura.)
DOÑA IRENE.- ¿Y es posible que usted se determina a hacer un
sacrificio?...
DON DIEGO.- Yo pude separarlos para siempre y gozar tranquilamente la
posesión de esta niña amable, pero mi conciencia no lo sufre... ¡Carlos!...
¡Paquita!... ¡Qué dolorosa impresión me deja en el alma el esfuerzo que
acabo de hacer!... Porque, al fin, soy hombre miserable y débil.
DON CARLOS.- Si nuestro amor (Besándole las manos.), si nuestro
agradecimiento pueden bastar a consolar a usted en tanta pérdida...
DOÑA IRENE.- ¡Conque el bueno de Don Carlos! Vaya que...
DON DIEGO.- Él y su hija de usted estaban locos de amor, mientras que
usted y las tías fundaban castillos en el aire, y me llenaban la cabeza de
ilusiones, que han desaparecido como un sueño... Esto resulta del abuso de
autoridad, de la opresión que la juventud padece; éstas son las seguridades
que dan los padres y los tutores, y esto lo que se debe fiar en el sí de las
niñas... Por una casualidad he sabido a tiempo el error en que estaba... ¡Ay
de aquellos que lo saben tarde!
(...)
Protagonista: Francisca, prometida por necesidad al rico y viejo Don Diego; enamorada de Carlos, su sobrino.
Autor: Leandro Fernández de Moratín, El sí de las niñas.
Tarea: la pregunta de nuestra era.
1. Lectura e investigación.
Lee con tu grupo los textos seleccionados de autoras y/o personajes femeninos en el periodo histórico-literario que os ha correspondido investigar.
Explora la información disponible sobre las autoras (o autores) y los personajes representados en las obras seleccionadas.
2. Contesta a la pregunta en grupo.
¿Hasta qué punto representan la mentalidad y el estilo de su época y en qué aspectos desafían o superan los prejuicios y los estereotipos de sus contemporáneos sobre las mujeres?
Adelante, María.
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